Todos los viernes comparto un relato sobre experiencias del mas allá...
Lo que sentí de manera clara y diáfana duró casi dos horas de nuestro tiempo. Sería muy extenso compartir en palabras la vivencia, pero puede sintetizarse así: Para empezar me vi fuera de mi cuerpo, tendido en la cama boca arriba, mientras que yo “flotaba” sobre él y observaba todo lo que ocurría a mí alrededor.
De inmediato, vi con todo lujo de detalles la vida entera que dejaba atrás. Todos y cada uno de los hechos y circunstancias vividos durante mis 52 años, sin excepción y no de manera parcial o resumida, sino ordenada y pormenorizada.
No como una película o sucesión de fotogramas que se proyectaran ante mí, sino íntegramente y de forma simultánea. Esta visión instantánea de la vida que ha terminado, para mí, proporciona la constatación de que todo tuvo su porqué y todo encaja de manera armónica. No hay ninguna pieza suelta o fuera de lugar en el puzle de la vida. Seguidamente, pude ver y sentir que estaba acompañado de seres de luz. Pronto tomaron un aspecto reconocible como mi padre, mi madre y varios hermanos de ésta, todos fallecido años atrás.
Fue mi madre la que tomó la iniciativa de comunicarse conmigo, preguntándome si me encontraba tranquilo y en paz. No fue una comunicación verbal, pero si percibí su mensaje y también yo pude comunicarme con ellos. Como cosa curiosa, entre los seres de luz estaba una hermana de mi madre que no había fallecido, o al menos eso creí en ese momento. Posteriormente me informaron de que esa persona había muerto estando yo ingresado en la UCI.
Por fin, tras verme tan bien acompañado, advertí a escasos metros un soberbio túnel de luz resplandeciente en posición horizontal, sin pendiente alguna. Era refulgente y casi deslumbrante. Supe que era la entrada hacia el “más allá”. Casi al final del túnel tuve un contacto con una forma energética que sólo desprendía armonía y un amor inmenso.
Y esa forma tomo el cuerpo de Jesucristo. Me tendió sus manos de luz y las entrelazó con las mías, generando en mi ser una experiencia de gozo inenarrable. ¿Por qué volví yo a mi cuerpo físico?. Fue consecuencia de este encuentro con Cristo y de la comunicación que ahí se estableció. Me confirmó que volvería a la vida física recién dejada, para hacer “algo” que sólo sabría una vez trascurrido cierto tiempo tras retornar a ella».
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